viernes, 11 de mayo de 2007

Una pequeña historia de infortunios

Sé que prometí la segunda parte de "Que no te daré yo" pero bueno, quedará para la próxima. Por ahora va un relato que vino en un sueño y que es un poco trágico. Habla de esas veces en que la realidad y el azar evitan que dos personas se encuentren.

Escribes una carta. Letras… una tras otra… palabras. Tus sentimientos se escurren por tus dedos y se detienen al contacto del bolígrafo. Dudan un segundo. La transparencia requiere de varios segundos de duda. Pero pronto llegan más y el torrente se desborda. La tinta es insuficiente y el ritmo de tu mano es demasiado lento. No logras escribir lo que sientes, ni siquiera lo que tenías pensado. Ella, sus ojos, su recuerdo. Todo es demasiado bello y tus palabras no alcanzan a dibujar con suficiente claridad su belleza. Que la amas, que el aire quema tus pulmones cuando ella no está. Todo es una probabilidad que se ha instalado en tu corazón. Hay una semilla que empezaste a regar en aquel momento fugaz en que la conociste. Puede que todo sea una ilusión, eso no lo sabes. Has aprendido que la belleza se esconde en los lugares más insospechables. Pero nada te detiene. Palabras, tinta, todo se mezcla en una vorágine y al final el resultado es un delirio. Es imposible seguir el hilo de tus pensamientos. Tal vez ella logre descifrarlo. Y ¿cómo lo haría si no conoce ni tu voz? Robas otro segundo al tiempo y la duda te visita una vez más. Es una locura pero, ¿de qué otra manera habrías de conocer a alguien tan loco como tú? Y con este argumento te diriges a la oficina de correos. Pagas el importa del sello y colocas la carta, no sin antes pensarlo dos veces, en el buzón.
Pasan las horas. Sabes que es imposible que lleven tu carta al instante. Sabes que tendrás que esperar al menos un día para que la carta salga de la oficina de correos hacia su destino. Pero esa certidumbre no te tranquiliza. Piensas que no hay vuelta atrás. Es demasiado tarde para arrepentirte. Quisieras que pasara el tiempo pero el reloj no hace caso a tu desesperación. Los segundos son como gotas que escurren del grifo a intervalos irregulares. Diez… once… y el doce tarda lo que vale un año en llegar. El sudor recorre tu frente. Decides comer algo, lo que sea, y lo que encuentras lo comes como si no hubieras comido en años. Pero el vacío no se llena. La falta se hace cada vez más grande. Te recuestas y no logras dormir. Todo es inútil. Así que sales a la calle y caminas. Al llegar a la esquina, decides que puedes caminar hasta la siguiente. Así, esquina a esquina vas dejando que la ciudad te engulla y pronto olvidas lo que acabas de hacer. Eres una más entre tantas soledades que caminan por las calles.
Tu carta llega a su destino y ella, sorprendida, la abre con una aflicción en el corazón. ¿Quién se habrá atrevido a mandarle aquella carta? Ella espera que sea su antigua pareja. Tal vez al fin se haya arrepentido. Pero no es así. Alguien le ha escrito una carta con palabras confusas que hablan de sus ojos. ¿Serán en verdad sus ojos? ¿Habrá alguna equivocación? Y vuelve a leer la dirección impresa en el sobre. Es correcta. Su nombre está escrito en la parte superior de la hoja. Lee, se inquieta, sigue leyendo y por fin termina de leer aquella carta enigmática. Alguien le hace una seña pero ella no responde. Corre a su habitación y lee una y otra vez aquellas palabras. Ahora lo recuerda, aquel chico con la mirada intensa. Debía ser él. Pero no está segura. No está segura de nada. Son palabras demasiado bellas para tomarlas en serio. Su corazón está lastimado y no está lista para iniciar una nueva aventura amorosa. Algo en ella comienza a nacer. Su corazón se abre y eso duele. Aquel que está dispuesto a amar también está dispuesto a sufrir, y ella lo sabe de sobra. Tiene que tomar una decisión. Aquella carta espera una respuesta. La incertidumbre, el miedo, todo le llega de golpe. Recuerda aquella vez que le rompieron el corazón. No quiero que eso vuelva a pasar. Pero la tentación es muy grande. Toma una hoja y un bolígrafo entre sus manos. Comienza a escribir sin pensar en lo que hace. El exterior ha dejado de existir. Existe ella, el bolígrafo y la hoja que se va llenando lentamente de letras. Ella también cree poder llegar a amarlo. Si al menos la mitad de sus palabras son ciertas ella le entregaría su alma. Pero de pronto al imprevisto ocurre. Una voz llega del exterior. Alguien la llama, y eso rompe el encanto. ¿Qué estoy haciendo?, se dice a sí misma mientras contempla, absorta, lo que acaba de escribir. ¡Es una locura! Y ese momento de distracción basta para que se deshaga rápidamente de lo que estaba escribiendo. Toma tu carta entre sus dedos y, entre lágrimas que no puede controlar, la desgarra hasta que no queda nada. No puede permitirse caer en una nueva ilusión. ¿Quién le ha hecho creer que las cosas funcionan así? No, el mundo es otra cosa. Ella sale de su habitación y los restos de tu carta no son más que papeles perdidos entre deshechos en un bote de basura.
Han pasado días y has perdido la esperanza. Es seguro que ella no le dio importancia o que algún empleado del servicio de correos extravió tu carta. Es lo más probable. Una más que se va. Tal vez no naciste para encontrar el amor. Sin embargo, sentiste que aquellos ojos te responderían. La profundidad que viste en ellos era diferente a todo lo que habías visto antes. Pero no existe el hubiera. Ella sale de su casa como cualquier otro día. Va a su trabajo, a ver a sus amigas o a algún encargo ocasional. La ciudad la engulle como a ti te ha devorado antes. Y tú sales a caminar con la mirada baja y la resignación de saber que todo ha sido en vano. Al final, en una ciudad tan contaminada de realidad y falsa cordura tal vez nunca se encuentren, y el único sitio que quede intacto para ambos sea el siempre dulce y doloroso recuerdo.

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