miércoles, 25 de agosto de 2010

Casualidad

Esta noche no te necesito; no entras en mis planes. El vago velo de ilusión con el que te vistes no es más que un disfraz que oculta tu siniestro rostro. No, hoy no me haces falta. ¡No te quiero en mi vida! Lo digo como un conjuro para alejarte, tal como se alejan los malos espíritus, los embrujos, las pesadillas. Sé que no puedo controlarte porque te manejas como un virus que escapa a mis esfuerzos por mantenerte lejana. Sin embargo sé, con la misma desgarradora certeza, que tu presencia no es enteramente ajena a mí. A pesar de estar afuera, y de formar parte del mundo, algo me dice que la materia que te compone comparte su perverso argumento con lo más íntimo e innombrable de mi ser. A mí no me engañas. Tu presencia aquí no es azarosa. Esto formaba parte del guión aunque yo no supiera leerlo. Eres la crítica más atroz a mis esfuerzos por construir un mundo feliz, un mundo sin sobresaltos. Formas parte de esa urdimbre inefable que da fuerza a mi vida y que, de vez en cuando, exige su tributo de muerte, de sufrimiento. Así que aquí muere nuevamente lo que había creído ser; lo que me había esforzado en ser. No vale la pena huir cuando se huye de uno mismo. No vale la pena elaborar teorías sobre lo improbable que era reencontrarte. Quizás sólo mirándote a los ojos sin desviar la mirada por la seducción que encarnas ni la terrible muerte que disfrazas pueda yo aprender a convivir contigo. Ahora no sé si en verdad eres una pesadilla, o si sólo eres la dosis necesaria de pesadilla que permite que el resto sea vivido como un sueño.

domingo, 15 de agosto de 2010

La mujer de Acre y el amor puro


El amor es un hecho cultural. No cabe duda de ello. Es algo estrictamente humano; en los animales vemos instinto —podemos intuir cierta afinidad en nuestras mascotas— pero no vemos amor. Como un hecho cultural, el amor tiene que ver directamente con el lenguaje. La Rochefoucauld señala que "¿Cuánta gente no hubiera amado jamás si no hubiera oído hablar de amor?". En ese sentido, la manera en que amamos no es casual ni elegida voluntariamente. Hemos aprendido a amar de acuerdo a nuestra cultura y al momento histórico en que nos encontramos. Para dar un ejemplo, a diferencia de los que vivieron antes de cristo —quienes ponían el acento en relación al amor en la tendencia misma— nosotros ponemos el acento en el objeto. Es decir, los antiguos honraban la tendencia a amar así fuera a un objeto de poco valor. Nosotros, en cambio, estamos dispuestos a amar sólo si se trata de un objeto de valor y con cualidades que valoramos. Siguiendo este hilo de pensamiento —y respondiendo a cosas que quedaron pendientes cuando hablé del amor mercenario— si hemos de encontrar una explicación a ese amor puro —que no sigue la regla comúnmente aceptada de ámate a ti mismo para poder amar— hemos de encontrar antecedentes históricos que nos den cuenta de él. Más aún, hemos de tener en cuenta que a lo largo de la historia el amor ha sido tratado no siempre en relación a una pareja. La forma paradigmática del amor ha sido, con frecuencia, el amor a Dios. Así pues, François Fénelon —teólogo francés del siglo XVII— encuentra en una crónica de Jean de Joinville —cronista de la Francia medieval— un relato que le permite ejemplificar lo que él pensaba. Para Fénelon el amor que el común de la gente siente por Dios es un amor mezquino pues se le ama, tanto más o tanto menos, en cuanto castigo o gloria se espera recibir de él. En ese sentido, para Fenelón, Dios debería ser una figura arbitraria, caprichosa e incluso cruel quien no tuviera miramientos para castigar a alguien cuando a él le pareciese. Para el teólogo, haber vivido una vida correcta no debería ser garantía para obtener el paraíso; Dios debería ser capaz de mandar al infierno incluso al más santo. Amar a un Dios de esta naturaleza tendría más mérito —y más pureza— que amar a un Dios simplemente por lo que se obtiene a cambio. Fenelón dirá que "un Dios que dañara a quien lo ama, sería amado de un modo más puro que si lo recompensara". Así pues, el relato de Joinville le permite a Fenelón encontrar una figura del amor puro ya desde la época medieval. Parafraseado por Mme. Guyon —interlocutora de Fénelon—, el relato es el siguiente:
Habiendo marchado San Luis a Tierra Santa encontraron en la ciudad de Acre a una mujer que sostenía una antorcha en una mano y un cántaro de agua en la otra, y de esa manera andaba por la ciudad. Un eclesiástico al verla le preguntó qué pretendía hacer con el agua y el fuego. Y ella dijo: es para incendiar el Paraíso y apagar el Infierno, para que nunca más hubiera Paraíso o Infierno. Y cuando el religioso le preguntó por qué decía eso, ella respondió: Porque ya no quiero que nadie más haga el bien en este mundo para obtener el Paraíso como recompensa; ni tampoco que se evite pecar por temor al Infierno, sino que en verdad lo deberíamos hacer por el íntegro y perfecto amor que le debemos a nuestro Dios Creador, que es el bien supremo, etc.
Serviendum Deo propter Deum (Hay que servir a Dios por Dios). He ahí, entonces, una figura del amor puro cuya imagen pueden encontrar en la parte superior. Finalmente sólo restan las preguntas, ¿es realmente posible este amor? Sobretodo si no se trata de Dios sino de una mujer. Para Fénelon y los teóricos que vinieron después de él —Kant, Schopenhauer, Heidegger, Sacher-Masoch, Lacan— ha resultado terriblemente complicado sistematizar una teoría que de cuenta de él. En lo personal me llena de esperanza; pues necesito creer que no todo es narcisismo, repetición o autoindulgencia. Necesito creer que no todo son espejismos y que todavía existen cosas reales que, si no son eternas, al menos sí tienen la capacidad de transformar una vida de manera irreversible.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Urdimbre

Pudo ser el punto, quizás la coma,
donde la trama se quedó sin hilo.
Se terminan los versos en el filo
de lo que no tiene voz, sino aroma.

Urde tu piel donde no existe idioma
el sostén de esta flama sin pabilo.
Bajo el denso silencio que mutilo
el amor más puro apenas asoma.

Huyo siempre del peligroso abismo
de aquel Narciso frente a la laguna
buscando otra mirada de sí mismo.

Si es que existe el amor en forma alguna
no debe apartarse del masoquismo
que implica amar enigmas. Una a una.

- Dany Marlowe -

Diplomacia

Sólo les produce gracia, lo que causa indignación, y a encubrir la corrupción, lo nominan «diplomacia». Y consideran audacia, que lo justo y...