Es una escena común. Tanto que en cualquier reunión se puede presentar. Llegado el punto en que las interacciones se han lubricado lo suficiente se presentará alguna temática artística: la música, el cine, rara vez la pintura. Comenzarán las confesiones y, si hay suerte, aparecerá ese extraño rubro en el que hoy quiero ahondar: los placeres culposos . —A mí me gustan las canciones de Los tigres del norte — dirá alguno. —Una vez me divertí viendo El diario de Bridget Jones — dirá otro. Como si se diera a entender que habría, en todo caso, una música y un cine correctos; una música y un cine de calidad que toda la gente debería ver y escuchar. En el caso de los mexicanos no es de extrañar —por nuestro malinchismo— que esa música correcta, se encuentre siempre en el extranjero. Y, en ese sentido, toda expresión de música vernácula es comprendida como un intento siempre inferior y precario. En el caso del cine, y sobretodo en los círculos intelectualoides, se deprecia todo lo que viene de