jueves, 25 de marzo de 2010

La autonomía de las palabras

Pocas cosas devuelven esa sensación de ajenidad y extrañeza como abrir un viejo cuaderno lleno de historias antiguas o poemas empolvados. No es debido a la calidad de los textos ni a una supuesta genialidad artística sino —creo yo— a la coexistencia de dos sensaciones simultáneas: una de reconocimiento y memoria, y la otra, a pesar de toda la evidencia racional, de una pura perplejidad ante la extranjería de las letras. Una parte dice: "claro, ya lo recuerdo" y la otra dice "¿quién escribió esto?". Si se pone atención a esa otra parte, pronto se cae en la cuenta de que uno nunca termina de decir lo que quería decir y —quizás más importante— que lo que termina diciéndose encarna un valor que sólo el tiempo termina por asentar. No sé en cuantas ocasiones he terminado por entender el significado de un texto escrito por mí hasta mucho tiempo después. Debo confesar, también, que antes ponía más énfasis en la intención de mis textos. Me esforzaba tanto en tratar de decir algo que ese algo nunca terminaba por decirse. Últimamente, en cambio, he dejado hablar a eso que quiere hacerse escuchar a través de mis letras. No me importa ya tanto si no puedo hablar de la desigualdad, del mundo o del amor como yo quisiera hacerlo. Algo finalmente se hace escuchar a pesar de que mi voluntad no esté en juego. Creo, también, que por eso he escrito últimamente más en verso y con rimas. Porque las palabras son las que guían en ese formato. No depende tanto de mí como de una casualidad sonora. He dejado que hablen a través de mí y es interesante dejarlas hablar. Por otro lado, me he dado cuenta que entre más las dejo hablar menos me parezco a otros autores. Antes, al leer a otros autores me sorprendían ciertos recursos literarios que trataba de imitar sólo para darme cuenta que eran inimitables. Eso compone el estilo y es lo más propio de cada autor. Así que, sin quererlo, haciendo cada vez menos caso a mi voluntad, he escrito cosas de las que, por primera vez, empiezo a sentirme orgulloso.

lunes, 22 de marzo de 2010

Décima para un amor perdido

Un mar en cada fragmento
de esa ausencia seductora;
se ama aquello que devora
no aquello que hace el intento.
El recuerdo fraudulento
turba la vieja libido,
sumándole a lo perdido
un dolor que desafina
al verso que en cada esquina
se le escabulle al olvido.

- Dany Marlowe -

Diplomacia

Sólo les produce gracia, lo que causa indignación, y a encubrir la corrupción, lo nominan «diplomacia». Y consideran audacia, que lo justo y...