martes, 25 de mayo de 2010

A ti que callas

Sé por qué no contestas a mis palabras, el riesgo que implica que lo hagas. Bien podrías decirme que deje de escribirte, que no va a llevarme a ningún lado, que a ti lo que te escribo no te concierne, no te toca. Sin embargo respondes con tu silencio, tan lastimoso como delator. No respondes porque deseas seguir leyendo. Algo mucho más poderoso que tú te fuerza a leer aún cuando, en varias ocasiones, te has propuesto no volver a leer algo que yo te escriba. Y no puedes controlarlo. Lo que yo te escribo te toca mucho más adentro de lo que cualquiera de tus amantes lo ha hecho. Más allá de tu vientre, de tus entrañas; mis palabras resuenan donde todas las demás caricias sólo sueñan en llegar. Pero tú te sientes segura en ese juego donde ni siquiera sales verdaderamente lastimada. Conoces bien el límite y tu drama se despliega a la perfección en él. Una lista de hombres que, dices, te ha hecho daño. Una lista de hombres que, dices, son todos iguales. Una lista de hombres que, también, se han aparecido en tu vida por coincidencia. Ni tú los buscaste ni ellos a ti. Pero mis palabras te hablan de un deseo que no flaquea, que no está ahí por coincidencia. Un deseo que te ha elegido a ti por sobre todas las demás y que no se desmorona ante el primer confrontamiento, ante la primera negativa, el primer rechazo. Y ese deseo te angustia, te pone mal de una manera que tampoco puedes huir de él. Te persigue por las noches en tus sueños y te hace a veces huir hacia los brazos de otro hombre buscando el remedio que apacigüe ese latido incontenible. Ese deseo es un monstruo que crece dentro de ti, y tú conoces los riesgos. Si lo dejas entrar podrías salir realmente lastimada; a tal grado en que la herida no cicatrizaría jamás. Sería cruzar el Rubicón. Por eso callas sin decir una palabra. No quieres mirarme pero tampoco quieres que yo calle. Porque sabes que si lo hago continuarás siendo sólo parte de una serie donde eres totalmente prescindible. Sabes que si callo dejarás de ser esa mujer que lo fue todo para un hombre. Y eso sería, finalmente, tu muerte.

Refrendando

Nadie puede decir de donde proviene un libro, y menos que nadie la persona que lo escribe. Los libros nacen de la ignorancia, y si continúan viviendo después de escritos es sólo en la medida en que no pueden entenderse.

Gracias Paul Auster

Diplomacia

Sólo les produce gracia, lo que causa indignación, y a encubrir la corrupción, lo nominan «diplomacia». Y consideran audacia, que lo justo y...