viernes, 23 de abril de 2010

Amor mercenario

Hace mucho tiempo me hicieron una pregunta que no pude responder.

- Daniel, ya déjala, ¿por qué estás con ella? Ni siquiera sabes qué te está dando, ¿qué te hace seguir a su lado?

Después presté un poco más de atención a las parejas que conocía. Aparecían, por uno y otro lado, comentarios del tipo "mi novio es el más..." o "mi mujer es la mejor para...", "me da seguridad", "es un tipazo", etc. Y no sé por qué razón, siempre me sentí ajeno a esos comentarios. Claro que podía haberlos dicho. A final de cuentas, si uno no es muy riguroso, a cada persona le debe parecer que su pareja es la mejor para todo. Sin embargo, ese no era el punto en que mis palabras flaqueaban. No era que apelara al recurso de la imposibilidad para determinar lo mejor. Por el contrario, siempre me pareció que eso reducía las motivaciones del amor a unas cuantas cualidades. Y, en ese sentido, el estar con alguien por su belleza —por decir algo—, ¿qué pasa cuando esa cualidad se pierde? ¿Qué pasa cuando el deseo claudica y los ojos descubren que también hay otras personas bellas? Si se está con alguien por lo que brinda o lo que representa, ¿a quién se ama en realidad? Este tipo de ideas ha llevado a muchos a decir que todo amor es narcisista. También podría decirse que todo amor es mercenario. Todo amor busca una recompensa.

Sin embargo, siempre creí en la existencia de otro tipo de amor. Recién me vengo a enterar que este otro amor ha sido parte de un debate que existe desde el siglo XVII. Una suerte de amor puro que no espera recompensa, que se basta en la simple adoración de su objeto. Un tipo de amor que ama sin esperar una respuesta, una mirada, una aprobación o que, incluso, no teme al rechazo o al maltrato. Un tipo de amor que no se ancla en las cualidades del objeto. Un tipo de amor que, por inapresable, tampoco se deja sistematizar. No debe resultar una sorpresa que sea tan difícil de expresar. Lo que es cierto es que siempre he sentido que lo que me une a las personas que amo no tiene nombre. Eso también escapa a mi voluntad. Siempre admiro más al que ama lo imposible que el que ama lo práctico. Creo que, aún este espacio evidencia, en muchos de sus textos, la violencia de ese amor indómito, imposible, masoquista.

Al final, después de varios años he podido entender el incomprensible silencio que siguió a aquella pregunta inicial. ¿Por qué estaba con ella?

Porque me era imposible no hacerlo.

Diplomacia

Sólo les produce gracia, lo que causa indignación, y a encubrir la corrupción, lo nominan «diplomacia». Y consideran audacia, que lo justo y...