martes, 6 de diciembre de 2005

Fragmento de una novela incompleta

Se abre el telón. Sale a escena una mujer elegante, de buen cuerpo, joven, bella. Ocupa algunos segundos para deambular por el escenario. El público espera atento, hipnotizado por la bella actriz. Se toca el cabello, guiñe un ojo, aprieta los labios, camina sensualmente. El público alucina. Parece que va a hablar, pero no, prefiere sentarse sobre el sillón que le sirve como único escenario. Seducidos todos, comiendo bajo su palma, esperan que hable. Cada segundo parece eterno. Hombres y mujeres están dispuestos a subir al escenario y hacer suya esa belleza. Ella sigue ecuánime, con la mirada insinuante, con el cuerpo cumpliendo la única función de invitar, atraer, seducir. Entonces habla, y todos escuchan atentamente. La mujer ha traído un secreto para todos los presentes, el secreto de la felicidad. “Que va”, dicen en voz baja los desconfiados. Otros más, sólo esperan más palabras. La mujer desaparece un momento, sólo para reaparecer con varios artículos en sus manos. Tintes, cosméticos, cremas reductoras, cremas anti-arrugas, sujetadores con relleno, silicón, uñas y pestañas postizas, pupilentes, y todo aquello necesario para falsear el deseo. El público enloquece. He ahí el secreto, no son necesarias más palabras. Los artículos hablan por sí solos. La mujer sonríe, y la sonrisa transmite, que sí, que con la ayuda de esos productos serán tan felices como ella. Con las medidas adecuadas y la piel lo suficientemente camuflada el mundo cabe en una mano. Se cierra el telón. Las luces se apagan. El público aguarda unos segundos para salir rápidamente a la tienda más cercana. Habrá que comprar todo, que no falte nada, la felicidad se vende en el pasillo de vanidad y artículos cosméticos.

Diplomacia

Sólo les produce gracia, lo que causa indignación, y a encubrir la corrupción, lo nominan «diplomacia». Y consideran audacia, que lo justo y...