domingo, 30 de septiembre de 2012

El lenguaje del juego

Llegó el día en que los candidatos a la alcaldía de San Gregorio empezaron a contender dando discursos y repartiendo publicidad a pasto. Sin embargo, el único rollo que aceptó el cártel de Flavio Benavides fue el del candidato del partido de la Decencia Conservadora, que era el que estaba en el poder y el que estaba en chino que dejara la gozosa delicia. De los otros candidatos hay que mencionar que el del partido Populachero se creía muy fuerte y además hablaba bien bonito y era, según se decía, un hombre guapo; en tanto, el candidato del partido Hegemónico la mera verdad no sabía cómo dirigirse a las masas y además tartamudeaba como si todo en la vida fuera un enigma. A él nadie le veía posibilidades de llegar al trono. Entonces entre dos estaba la lucha, pero Flavio Benavides se inclinaba por el candidato de la Decencia Conservadora porque era al que podía manejar a su antojo: No vamos a permitir jamás experimentos políticos, decía Flavio, y esa raigambre ideológica era el magma que sería utilizado para desarrollar una arenga convincente, más o menos dibujada al capricho de los capos de allí.

Digamos que la lucha por el poder local era un teatro sobradamente mentiroso. Digamos que, pasara lo que pasara, ganaría de calle el sistema ya conocido, el conservador, pues, y digamos que la retorcida democracia era un juego de apariencias que servía de desahogo a las multitudes, pero cuya eficacia jamás sería la total transparencia deseada por quién sabe quiénes.

Incluso, Flavio Benavides se encargó de manera personal de visitar locales comerciales a bien de convencer a los locatarios de que no había argumento que garantizara el chorizo político que a las mil maravillas pronunciaba el candidato del partido Populachero. Que eso no. Que eso era un fraude demagógico. Que hacía daño. Que era peligroso. Que no servía para nada: en fin: que no y que no y que no.

Y hay que agregar el miedo que se generó en la población votante de San Gregorio. Nadie quería hacerle al héroe en medio de tanta metralleta. Además, ciertamente el candidato del partido Populachero era un soñador de esos que desean cambiar el mundo moviendo tres o cuatro hilos, pero sin tener la claridad suficiente para saber hacerlo. Total que fue perdiendo fuerza quedando como un merolico cuyas palabras y gestualidad se colaban por un intersticio asaz putrefacto, por más aspavientos que hiciera. Así, y como por arte de magia, el candidato del partido de la Decencia Conservadora remontó un vuelo en verdad prometedor. Habría que ver que en sus discursos de plazuela siempre aparecían a sus espaldas dos o tres capos ultraarmados y de gafas oscuras. Es decir, que detrás del futuro alcalde figuraba un soporte luengo, amenazante de maldad. Hubo un momento en que el candidato del partido Populachero declaró algo como esto: Debo reconocer que contra la mafia no se puede. ¡Idiota! Discurso prepotente que no hizo más que hundirlo más. Todavía a una semana de las elecciones siguió lanzando lindezas, pero ya nadie le ponía atención, siendo así que su derrota estaba bien sellada. ¡Lástima!

Por ende, el triunfo del candidato conservador fue inobjetable. Los mismos capos arengaron a la gente para lanzarle vivas y porras. La democracia era un juego, un simulacro, y esto tenía que ser más claro que el agua. También sería doloroso reconocerlo. También sería mordaz saberlo. Inútil el cambio: una falacia, una ingenuidad, un despropósito. Sólo falta agregar que el discurso victorioso del candidato conservador fue motivacional. De entre sus frases más sobresalientes llamó la atención una como ésta: Hay que encender la llama de la esperanza. Tal frase tuvo una repetición como de cuatro o cinco veces, lo mismo que esa otra: La paz debe avanzar como las aguas mansas de un arroyuelo. Y también dijo con gran enjundia que había que ser retempeñosos con eso del trabajo, que había que partirse el alma todos los días y había que caminar siempre con la frente en alto en pos de nuevos horizontes. Puras cursilerías escolares: de esas que se sacan de la manga las maestras regañonas y anteojudas... Por cierto que el ahora ya alcalde oficial de San Gregorio se llamaba Cecilio Quintanilla.

Diplomacia

Sólo les produce gracia, lo que causa indignación, y a encubrir la corrupción, lo nominan «diplomacia». Y consideran audacia, que lo justo y...