sábado, 18 de diciembre de 2010

Este espacio

La teoría lo ubica como la distancia entre el ideal y el objeto. Para unos, el espacio de la ilusión, para otros, el espacio del deseo. Para mí, el único espacio en el que el amor puede sobrevivir.

Y si el amor —esa sustancia inaprensible— vive en un espacio de indeterminación, surge la pregunta obligada: ¿Cómo rescatarlo de las fauces voraces de la sociedad? ¿Cómo preservarlo de la locura idealizante del deber ser?

Sobretodo si uno no quiere caer en la siempre abierta y terrible tentación de lo prohibido.

Por lo pronto no tengo otra respuesta que este espacio. Este lugar que no toca nadie... este espacio sin ley.

Algo me hace pensar que este espacio es el perfecto indicador del estado de mi corazón. Su silencio es el testimonio del amor; su ruido estridente, la resistencia más encarnizada contra el intento de encapsularlo, restringirlo a un solo espacio, un solo momento, una sola manera de expresarlo.

Este espacio es inmortal, y es tuyo.

martes, 7 de diciembre de 2010

Ese insano placer de no tenerme

Ese insano placer de no tenerme
que disfraza tu ausencia de esperanza.
Mi boca que a tu boca ya no alcanza,
el capricho en tus ojos de no verme.

Esa avidez que se doblega inerme
ante el frío pesar de tu añoranza.
El hueco entre mis dedos que se cansa
de no tener tu pecho que lo merme.

Esa absurda pasión por la frontera
que separa lo obsceno de lo abstracto.
Tu coraza de sirena embustera

que se fractura en el momento exacto
en que ya no escapa más tu cadera
de la atroz amenaza del contacto.

- Dany Marlowe -

viernes, 26 de noviembre de 2010

La importancia de ese abrazo no dado

Por mucho tiempo me resultó enigmático. Dos años esperando el más mínimo gesto que delatara su interés. Un interés solamente imaginado, supuesto, deseado. Un interés nunca comprobado por la experiencia. Pero ella volvía o, ¿era yo el que volvía? Quizás esa vuelta era precisamente el retorno ilusionado de descifrar, entre aquella fría impostura, un gesto delator. Pero si mi interés se había mantenido, aún a expensas de esa seca distancia, ¿por qué esperaba yo ese abrazo?, ¿por qué mantuve siempre esa crédula esperanza en que, inexplicablemente y en el último momento, ella revelaría lo que no reveló en tanto tiempo? Esa esperanza no era otra cosa que mi enfermedad buscando un diálogo que le permitiera afirmar, en el último momento, que nada había servido; que ella era una más en la serie. Y sin embargo, ella nunca me abrazó ni demostró el más mínimo interés. Al hacerlo me mostró una forma de amar que yo nunca había entendido. Ella le dio cuerpo a la pregunta, a la sana duda que me acompaña y que guía mi deseo, mis letras, mis pasiones. De haberme dado el abrazo habría sellado la fuga; habría sanado la herida que debe sangrar para que yo me sienta vivo. Al no abrazarme me demostró que me amaba... que me amaba más de lo que yo podía desear o entender.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Diapasón


La idea correcta apareció por asociaciones. Sería injusto decir que se me ocurrió así porque sí. Ocurrió después de terminar un peculiar libro de Mishima: Música. Y digo peculiar porque me dejó claro que la influencia de occidente en Mishima es más que evidente en ese libro —aunque no se le critica como a Murakami—. También digo peculiar porque hace una hermosa metáfora en la que enlaza el placer sexual femenino con la música. Me pareció una metáfora atinada. ¡Genial! Poco tiempo después la máquina-que-se-encarga-de-pensar-mientras-yo-vivo me regaló la palabra correcta que resume a la perfección lo que he querido decir en los últimos meses. Esa palabra es: diapasón. A veces me enamoro de ciertas palabras y esta tuvo el poder de enamorarme a primera vista.
Últimamente hablo mucho del silencio. Tal vez porque creo que la más grande prueba de amor no está en las palabras sino en el silencio que se construye con ellas. Suena paradójico; pero creo que el silencio se construye. No es el mismo silencio el que se crea en un lugar desierto al que se construye entre dos personas que voluntariamente deciden quedarse calladas. Ese silencio es el de dos corazones vibrando a un mismo tiempo. El diapasón hace lo mismo. Vibra en silencio hasta que no se le acerca al oído o a una caja de resonancia. Creo que cuando acercamos ese amor silencioso hacia la caja de resonancia es cuando estalla la poesía, el arte, la locura. Y la música de Mishima no está tampoco tan lejos, esa vibración es también goce sexual; el estremecimiento de dos cuerpos recorridos por el deseo.

Diapasón.

Otra de sus bondades es que rima con corazón.

lunes, 8 de noviembre de 2010

...silencio

Del amor lo que se cuente
será por siempre incompleto,
apenas simple boceto
de ese arrebato silente.
Arte mudo que hace puente
entre latido y latido;
libreto desconocido:
dos vibrando en sincronía
siempre en total afonía,
hoy silencio compartido.

- Dany Marlowe -

domingo, 7 de noviembre de 2010

Noviembre

Todo va, todo vuelve; eternamente rueda la rueda del ser. Todo muere, todo vuelve a florecer, eternamente corre el año del ser. Todo se rompe, todo se recompone; eternamente se construye a sí misma la misma casa del ser. Todo se despide, todo vuelve a saludarse; eternamente permanece fiel a sí el anillo del ser.

Mi casa, para dolor o alegría, siempre ha sido noviembre.

sábado, 2 de octubre de 2010

Amarcura

Te quiero como no se quiere a nadie.
Con indiferencia, con cierto desprecio.
Te quiero como algunos odian,
con la única diferencia de que mi odio
es amor advertido;
porque bien sabes, como yo,
que tú no me necesitas.
Tú no precisas una caricia fugaz,
una palabra que se lleve el viento.
Tú no anhelas el dolor de la pérdida
que inevitablemente espera
detrás de estos brazos
que no podrán sostenerte.
Por eso te desprecio.
Porque a pesar de que tal vez
ahora tú merezcas estos besos, y estas ansias,
y este insomnio que me incapacita,
no necesita tu boca el sabor amargo
de la boca mía.

Te detesto porque te amo.

Porque te amo más de lo que pudiera amar
ese efímero instante de ti,
de tus manos tomando las mías.

Te odio.

Tanto y más, porque sé, que entre más te odie,
tanto más te estoy amando.

- Dany Marlowe -

miércoles, 25 de agosto de 2010

Casualidad

Esta noche no te necesito; no entras en mis planes. El vago velo de ilusión con el que te vistes no es más que un disfraz que oculta tu siniestro rostro. No, hoy no me haces falta. ¡No te quiero en mi vida! Lo digo como un conjuro para alejarte, tal como se alejan los malos espíritus, los embrujos, las pesadillas. Sé que no puedo controlarte porque te manejas como un virus que escapa a mis esfuerzos por mantenerte lejana. Sin embargo sé, con la misma desgarradora certeza, que tu presencia no es enteramente ajena a mí. A pesar de estar afuera, y de formar parte del mundo, algo me dice que la materia que te compone comparte su perverso argumento con lo más íntimo e innombrable de mi ser. A mí no me engañas. Tu presencia aquí no es azarosa. Esto formaba parte del guión aunque yo no supiera leerlo. Eres la crítica más atroz a mis esfuerzos por construir un mundo feliz, un mundo sin sobresaltos. Formas parte de esa urdimbre inefable que da fuerza a mi vida y que, de vez en cuando, exige su tributo de muerte, de sufrimiento. Así que aquí muere nuevamente lo que había creído ser; lo que me había esforzado en ser. No vale la pena huir cuando se huye de uno mismo. No vale la pena elaborar teorías sobre lo improbable que era reencontrarte. Quizás sólo mirándote a los ojos sin desviar la mirada por la seducción que encarnas ni la terrible muerte que disfrazas pueda yo aprender a convivir contigo. Ahora no sé si en verdad eres una pesadilla, o si sólo eres la dosis necesaria de pesadilla que permite que el resto sea vivido como un sueño.

domingo, 15 de agosto de 2010

La mujer de Acre y el amor puro


El amor es un hecho cultural. No cabe duda de ello. Es algo estrictamente humano; en los animales vemos instinto —podemos intuir cierta afinidad en nuestras mascotas— pero no vemos amor. Como un hecho cultural, el amor tiene que ver directamente con el lenguaje. La Rochefoucauld señala que "¿Cuánta gente no hubiera amado jamás si no hubiera oído hablar de amor?". En ese sentido, la manera en que amamos no es casual ni elegida voluntariamente. Hemos aprendido a amar de acuerdo a nuestra cultura y al momento histórico en que nos encontramos. Para dar un ejemplo, a diferencia de los que vivieron antes de cristo —quienes ponían el acento en relación al amor en la tendencia misma— nosotros ponemos el acento en el objeto. Es decir, los antiguos honraban la tendencia a amar así fuera a un objeto de poco valor. Nosotros, en cambio, estamos dispuestos a amar sólo si se trata de un objeto de valor y con cualidades que valoramos. Siguiendo este hilo de pensamiento —y respondiendo a cosas que quedaron pendientes cuando hablé del amor mercenario— si hemos de encontrar una explicación a ese amor puro —que no sigue la regla comúnmente aceptada de ámate a ti mismo para poder amar— hemos de encontrar antecedentes históricos que nos den cuenta de él. Más aún, hemos de tener en cuenta que a lo largo de la historia el amor ha sido tratado no siempre en relación a una pareja. La forma paradigmática del amor ha sido, con frecuencia, el amor a Dios. Así pues, François Fénelon —teólogo francés del siglo XVII— encuentra en una crónica de Jean de Joinville —cronista de la Francia medieval— un relato que le permite ejemplificar lo que él pensaba. Para Fénelon el amor que el común de la gente siente por Dios es un amor mezquino pues se le ama, tanto más o tanto menos, en cuanto castigo o gloria se espera recibir de él. En ese sentido, para Fenelón, Dios debería ser una figura arbitraria, caprichosa e incluso cruel quien no tuviera miramientos para castigar a alguien cuando a él le pareciese. Para el teólogo, haber vivido una vida correcta no debería ser garantía para obtener el paraíso; Dios debería ser capaz de mandar al infierno incluso al más santo. Amar a un Dios de esta naturaleza tendría más mérito —y más pureza— que amar a un Dios simplemente por lo que se obtiene a cambio. Fenelón dirá que "un Dios que dañara a quien lo ama, sería amado de un modo más puro que si lo recompensara". Así pues, el relato de Joinville le permite a Fenelón encontrar una figura del amor puro ya desde la época medieval. Parafraseado por Mme. Guyon —interlocutora de Fénelon—, el relato es el siguiente:
Habiendo marchado San Luis a Tierra Santa encontraron en la ciudad de Acre a una mujer que sostenía una antorcha en una mano y un cántaro de agua en la otra, y de esa manera andaba por la ciudad. Un eclesiástico al verla le preguntó qué pretendía hacer con el agua y el fuego. Y ella dijo: es para incendiar el Paraíso y apagar el Infierno, para que nunca más hubiera Paraíso o Infierno. Y cuando el religioso le preguntó por qué decía eso, ella respondió: Porque ya no quiero que nadie más haga el bien en este mundo para obtener el Paraíso como recompensa; ni tampoco que se evite pecar por temor al Infierno, sino que en verdad lo deberíamos hacer por el íntegro y perfecto amor que le debemos a nuestro Dios Creador, que es el bien supremo, etc.
Serviendum Deo propter Deum (Hay que servir a Dios por Dios). He ahí, entonces, una figura del amor puro cuya imagen pueden encontrar en la parte superior. Finalmente sólo restan las preguntas, ¿es realmente posible este amor? Sobretodo si no se trata de Dios sino de una mujer. Para Fénelon y los teóricos que vinieron después de él —Kant, Schopenhauer, Heidegger, Sacher-Masoch, Lacan— ha resultado terriblemente complicado sistematizar una teoría que de cuenta de él. En lo personal me llena de esperanza; pues necesito creer que no todo es narcisismo, repetición o autoindulgencia. Necesito creer que no todo son espejismos y que todavía existen cosas reales que, si no son eternas, al menos sí tienen la capacidad de transformar una vida de manera irreversible.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Urdimbre

Pudo ser el punto, quizás la coma,
donde la trama se quedó sin hilo.
Se terminan los versos en el filo
de lo que no tiene voz, sino aroma.

Urde tu piel donde no existe idioma
el sostén de esta flama sin pabilo.
Bajo el denso silencio que mutilo
el amor más puro apenas asoma.

Huyo siempre del peligroso abismo
de aquel Narciso frente a la laguna
buscando otra mirada de sí mismo.

Si es que existe el amor en forma alguna
no debe apartarse del masoquismo
que implica amar enigmas. Una a una.

- Dany Marlowe -

martes, 20 de julio de 2010

Llorona

No sé que esconden tus ojos, llorona,
que no me miran jamás.
No sé que esconden tus ojos, llorona,
que no me miran jamás.

Procura que no me encuentren, llorona.
Mis sueños no buscan paz.
Procura que no me encuentren, llorona.
Mis sueños no buscan paz.

Mantente siempre lejana, llorona,
como los barcos sin puerto.
Mantente siempre lejana, llorona,
como los barcos sin puerto.

El día que tú me beses, llorona,
mi corazón habrá muerto.
El día que tú me beses, llorona,
mi corazón habrá muerto.

Tu beso que es agua dulce, llorona,
en mi desierto sombrío.
Tu beso que es agua dulce, llorona,
en mi desierto sombrío.

Guárdalo bajo tu ropa, llorona,
para mis noches de frío.
Guárdalo bajo tu ropa, llorona,
para mis noches de frío.

La trama es sólo un engaño, llorona,
de tu rebozo de tela.
La trama es sólo un engaño, llorona,
de tu rebozo de tela.

Tus senos urden el paño, llorona,
que todo mi cuerpo anhela.
Tus senos urden el paño, llorona,
que todo mi cuerpo anhela.

martes, 15 de junio de 2010

martes, 25 de mayo de 2010

A ti que callas

Sé por qué no contestas a mis palabras, el riesgo que implica que lo hagas. Bien podrías decirme que deje de escribirte, que no va a llevarme a ningún lado, que a ti lo que te escribo no te concierne, no te toca. Sin embargo respondes con tu silencio, tan lastimoso como delator. No respondes porque deseas seguir leyendo. Algo mucho más poderoso que tú te fuerza a leer aún cuando, en varias ocasiones, te has propuesto no volver a leer algo que yo te escriba. Y no puedes controlarlo. Lo que yo te escribo te toca mucho más adentro de lo que cualquiera de tus amantes lo ha hecho. Más allá de tu vientre, de tus entrañas; mis palabras resuenan donde todas las demás caricias sólo sueñan en llegar. Pero tú te sientes segura en ese juego donde ni siquiera sales verdaderamente lastimada. Conoces bien el límite y tu drama se despliega a la perfección en él. Una lista de hombres que, dices, te ha hecho daño. Una lista de hombres que, dices, son todos iguales. Una lista de hombres que, también, se han aparecido en tu vida por coincidencia. Ni tú los buscaste ni ellos a ti. Pero mis palabras te hablan de un deseo que no flaquea, que no está ahí por coincidencia. Un deseo que te ha elegido a ti por sobre todas las demás y que no se desmorona ante el primer confrontamiento, ante la primera negativa, el primer rechazo. Y ese deseo te angustia, te pone mal de una manera que tampoco puedes huir de él. Te persigue por las noches en tus sueños y te hace a veces huir hacia los brazos de otro hombre buscando el remedio que apacigüe ese latido incontenible. Ese deseo es un monstruo que crece dentro de ti, y tú conoces los riesgos. Si lo dejas entrar podrías salir realmente lastimada; a tal grado en que la herida no cicatrizaría jamás. Sería cruzar el Rubicón. Por eso callas sin decir una palabra. No quieres mirarme pero tampoco quieres que yo calle. Porque sabes que si lo hago continuarás siendo sólo parte de una serie donde eres totalmente prescindible. Sabes que si callo dejarás de ser esa mujer que lo fue todo para un hombre. Y eso sería, finalmente, tu muerte.

Refrendando

Nadie puede decir de donde proviene un libro, y menos que nadie la persona que lo escribe. Los libros nacen de la ignorancia, y si continúan viviendo después de escritos es sólo en la medida en que no pueden entenderse.

Gracias Paul Auster

viernes, 23 de abril de 2010

Amor mercenario

Hace mucho tiempo me hicieron una pregunta que no pude responder.

- Daniel, ya déjala, ¿por qué estás con ella? Ni siquiera sabes qué te está dando, ¿qué te hace seguir a su lado?

Después presté un poco más de atención a las parejas que conocía. Aparecían, por uno y otro lado, comentarios del tipo "mi novio es el más..." o "mi mujer es la mejor para...", "me da seguridad", "es un tipazo", etc. Y no sé por qué razón, siempre me sentí ajeno a esos comentarios. Claro que podía haberlos dicho. A final de cuentas, si uno no es muy riguroso, a cada persona le debe parecer que su pareja es la mejor para todo. Sin embargo, ese no era el punto en que mis palabras flaqueaban. No era que apelara al recurso de la imposibilidad para determinar lo mejor. Por el contrario, siempre me pareció que eso reducía las motivaciones del amor a unas cuantas cualidades. Y, en ese sentido, el estar con alguien por su belleza —por decir algo—, ¿qué pasa cuando esa cualidad se pierde? ¿Qué pasa cuando el deseo claudica y los ojos descubren que también hay otras personas bellas? Si se está con alguien por lo que brinda o lo que representa, ¿a quién se ama en realidad? Este tipo de ideas ha llevado a muchos a decir que todo amor es narcisista. También podría decirse que todo amor es mercenario. Todo amor busca una recompensa.

Sin embargo, siempre creí en la existencia de otro tipo de amor. Recién me vengo a enterar que este otro amor ha sido parte de un debate que existe desde el siglo XVII. Una suerte de amor puro que no espera recompensa, que se basta en la simple adoración de su objeto. Un tipo de amor que ama sin esperar una respuesta, una mirada, una aprobación o que, incluso, no teme al rechazo o al maltrato. Un tipo de amor que no se ancla en las cualidades del objeto. Un tipo de amor que, por inapresable, tampoco se deja sistematizar. No debe resultar una sorpresa que sea tan difícil de expresar. Lo que es cierto es que siempre he sentido que lo que me une a las personas que amo no tiene nombre. Eso también escapa a mi voluntad. Siempre admiro más al que ama lo imposible que el que ama lo práctico. Creo que, aún este espacio evidencia, en muchos de sus textos, la violencia de ese amor indómito, imposible, masoquista.

Al final, después de varios años he podido entender el incomprensible silencio que siguió a aquella pregunta inicial. ¿Por qué estaba con ella?

Porque me era imposible no hacerlo.

jueves, 25 de marzo de 2010

La autonomía de las palabras

Pocas cosas devuelven esa sensación de ajenidad y extrañeza como abrir un viejo cuaderno lleno de historias antiguas o poemas empolvados. No es debido a la calidad de los textos ni a una supuesta genialidad artística sino —creo yo— a la coexistencia de dos sensaciones simultáneas: una de reconocimiento y memoria, y la otra, a pesar de toda la evidencia racional, de una pura perplejidad ante la extranjería de las letras. Una parte dice: "claro, ya lo recuerdo" y la otra dice "¿quién escribió esto?". Si se pone atención a esa otra parte, pronto se cae en la cuenta de que uno nunca termina de decir lo que quería decir y —quizás más importante— que lo que termina diciéndose encarna un valor que sólo el tiempo termina por asentar. No sé en cuantas ocasiones he terminado por entender el significado de un texto escrito por mí hasta mucho tiempo después. Debo confesar, también, que antes ponía más énfasis en la intención de mis textos. Me esforzaba tanto en tratar de decir algo que ese algo nunca terminaba por decirse. Últimamente, en cambio, he dejado hablar a eso que quiere hacerse escuchar a través de mis letras. No me importa ya tanto si no puedo hablar de la desigualdad, del mundo o del amor como yo quisiera hacerlo. Algo finalmente se hace escuchar a pesar de que mi voluntad no esté en juego. Creo, también, que por eso he escrito últimamente más en verso y con rimas. Porque las palabras son las que guían en ese formato. No depende tanto de mí como de una casualidad sonora. He dejado que hablen a través de mí y es interesante dejarlas hablar. Por otro lado, me he dado cuenta que entre más las dejo hablar menos me parezco a otros autores. Antes, al leer a otros autores me sorprendían ciertos recursos literarios que trataba de imitar sólo para darme cuenta que eran inimitables. Eso compone el estilo y es lo más propio de cada autor. Así que, sin quererlo, haciendo cada vez menos caso a mi voluntad, he escrito cosas de las que, por primera vez, empiezo a sentirme orgulloso.

lunes, 22 de marzo de 2010

Décima para un amor perdido

Un mar en cada fragmento
de esa ausencia seductora;
se ama aquello que devora
no aquello que hace el intento.
El recuerdo fraudulento
turba la vieja libido,
sumándole a lo perdido
un dolor que desafina
al verso que en cada esquina
se le escabulle al olvido.

- Dany Marlowe -

sábado, 27 de febrero de 2010

Himno Kokiri - 2010

¡Oooh Kokiri! ¡Oooh Kokiri!

Soy soldado de tus tropas.
Sólo el verde de tu gloria
y el corazón como ropas
vestirán nuestra victoria.

¡Oh, oh, oh Kokiri!

El terreno reverdece
bajo tus nobles pisadas.
Que tu furia nunca cese
y que enmudezcan las gradas.

¡Ooooh Kokiri! ¡Oooh Kokiri!

Que mis últimos latidos
me permitan defenderte.
Nunca seremos vencidos.
¡Voy contigo hasta la muerte!

¡Oh, oh, oh, Kokiri!

Despedida