lunes, 22 de noviembre de 2010

Diapasón


La idea correcta apareció por asociaciones. Sería injusto decir que se me ocurrió así porque sí. Ocurrió después de terminar un peculiar libro de Mishima: Música. Y digo peculiar porque me dejó claro que la influencia de occidente en Mishima es más que evidente en ese libro —aunque no se le critica como a Murakami—. También digo peculiar porque hace una hermosa metáfora en la que enlaza el placer sexual femenino con la música. Me pareció una metáfora atinada. ¡Genial! Poco tiempo después la máquina-que-se-encarga-de-pensar-mientras-yo-vivo me regaló la palabra correcta que resume a la perfección lo que he querido decir en los últimos meses. Esa palabra es: diapasón. A veces me enamoro de ciertas palabras y esta tuvo el poder de enamorarme a primera vista.
Últimamente hablo mucho del silencio. Tal vez porque creo que la más grande prueba de amor no está en las palabras sino en el silencio que se construye con ellas. Suena paradójico; pero creo que el silencio se construye. No es el mismo silencio el que se crea en un lugar desierto al que se construye entre dos personas que voluntariamente deciden quedarse calladas. Ese silencio es el de dos corazones vibrando a un mismo tiempo. El diapasón hace lo mismo. Vibra en silencio hasta que no se le acerca al oído o a una caja de resonancia. Creo que cuando acercamos ese amor silencioso hacia la caja de resonancia es cuando estalla la poesía, el arte, la locura. Y la música de Mishima no está tampoco tan lejos, esa vibración es también goce sexual; el estremecimiento de dos cuerpos recorridos por el deseo.

Diapasón.

Otra de sus bondades es que rima con corazón.

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