martes, 26 de abril de 2011

Guilty pleasures

Es una escena común. Tanto que en cualquier reunión se puede presentar. Llegado el punto en que las interacciones se han lubricado lo suficiente se presentará alguna temática artística: la música, el cine, rara vez la pintura. Comenzarán las confesiones y, si hay suerte, aparecerá ese extraño rubro en el que hoy quiero ahondar: los placeres culposos.
—A mí me gustan las canciones de Los tigres del norte— dirá alguno.
—Una vez me divertí viendo El diario de Bridget Jones— dirá otro.
Como si se diera a entender que habría, en todo caso, una música y un cine correctos; una música y un cine de calidad que toda la gente debería ver y escuchar. En el caso de los mexicanos no es de extrañar —por nuestro malinchismo— que esa música correcta, se encuentre siempre en el extranjero. Y, en ese sentido, toda expresión de música vernácula es comprendida como un intento siempre inferior y precario. En el caso del cine, y sobretodo en los círculos intelectualoides, se deprecia todo lo que viene de Hollywood, por no hablar del infravalorado cine mexicano. ¡Es una locura idealizante! Porque entonces TODOS deberíamos adorar a Pink Floyd y ver a Kurosawa. Espero no sea necesario recordar los peligros de creer que TODOS deberíamos ser iguales.
—Y tú, ¿cuál es tu placer culposo?— alguno podría preguntarme.
—Ustedes— le contestaría.
Este es el punto en el que el gato se muerde la cola. ¿Se puede ser tolerante con los intolerantes? ¿Cómo puede uno producir encuentros verdaderos con personas que creen que existe una música buena y una mala?
Donald Winnicott esclarecía este conflicto:
Si un adulto nos exige nuestra aceptación de la objetividad de sus fenómenos subjetivos, discernimos o diagnosticamos locura.
El arte no es un lugar donde las categorías de mejor o peor funcionen. El arte es otra cosa. Algo que no podemos medir con las mismas medidas que usamos para medir en la ciencia. Nadie es más o menos que nadie en el arte. No sólo preguntarse si Mozart es mejor que Beethoven es inútil, sino que, además, es una pregunta incorrecta. Una pregunta sólo puede existir cuando existe una respuesta. Y entonces tampoco cabe preguntarse si Coldplay es mejor que Intocable. Para Wittgenstein, por ejemplo, eso sería filosóficamente incorrecto.
—¿Placeres culposos?
No tendría que haber ninguno pues la culpa es el delator de un ideal. Un ideal que no existe en el terreno del arte y cuya persecución es tan estéril como peligrosa. Además, en el arte es tanto más importante el silencio pues:
De lo que no se puede hablar hay que callar.

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