sábado, 15 de septiembre de 2007

¡Por la irreverencia!

No cabe duda. Resulta de una pertinencia absoluta hablar de este tema. Y es que está en la base de todo. Resalto la pertinencia, no porque se me haya ocurrido a mí, sino porque me parece un deber de todo ser humano, y además, un deber por pocos asumido. Me pronuncio a través de este pequeño texto, en contra del fanatismo. Enfatizo la necesidad de dejar de lado todo discurso que apunte hacia el "deber ser" de las cosas. Contra todo aquello que establezca patrones fijos de pensamiento y de comportamiento. Nada tiene un modo de ser establecido. Todo patrón, toda regla, toda certeza es hija del tiempo y espacio en que nació. Lo que es verdadero aquí, en este momento, no es ni lo será un segundo después, ni en cualquier otro lugar. La verdad es así, efímera, fugaz. Perece con las palabras y con el viento. Entonces, no parece haber sentido en que nos sometamos a ningún tipo de teoría, regla o discurso. Sin embargo, lo hacemos.

El mundo está como está por culpa de las certezas, dice Jorge Drexler. Lo vemos por todos lados. Los soldados que marchan a la guerra convencidos de que libertaran una nación; las fotos de íconos elevados a la calidad de deidades que aparecen en las camisetas de los adolescentes; los comentarios tajantes tomados como verdades que emiten los líderes políticos, religiosos, los adultos frente a los niños; las personas que siguen las convenciones, las que en su afán por ser diferentes desafían cada una de ellas, los que tratan de encajar en un cliché aceptado o no; todas las frases que empiezan con algo parecido a "así debe de ser" o "esto es así", y no dan lugar a la diferencia.

¿Qué hacemos entonces? Tendríamos que ser irreverentes ante todo tipo de certeza. Ante todo tipo de paradigma o de teoría establecida. Es una necesidad, no de ir en contra de todo lo establecido, sino de dudar, de entrada, de todo lo que se presenta como verdad; una necesidad de adoptar una postura crítica ante la vida. No sólo a nivel intelectual sino ante toda clase de actitud ante los eventos que ocurren en la vida cotidiana.

Entonces, ¿todo depende? ¿habrá algún lugar de dónde asirnos para no caer? ¿será que esta identidad, esta máscara que creímos verdadera, era sólo una ilusión? Sí. El peso de la libertad es en verdad abrumador. Pero lejos de ser desesperanzador, es más bien un compromiso. Es cierto que estamos perdidos en la existencia, y que debido a eso nos aferramos a lo que sea, nos volvemos fanáticos de las teorías, de los reglas de la sociedad, de todo lo que nos ofrezca una respuesta a esa eterna pregunta, ¿quienes somos? Creemos ser una verdad. Creemos...

Finalmente, no sé si uno es enteramente libre. Si uno puede ser libre de ser libre. ¿Cómo decirlo? ¿Qué propongo ante este panorama? Primero que nada asumir, como ya dije, que nada es en verdad verdadero. Que todo lo que hagan o piensen los demás es tan respetable como lo que hacemos o pensamos nosotros mismos; tiene la misma validez. Cualquier juicio entonces pierde su peso. Por otro lado es, como he venido diciendo desde hace unos posts, una oportunidad para buscar momentos y palabras que resuenen. Una oportunidad para dejar de perder el tiempo con convencionalismos, y pensar en aquello que nos hace en verdad felices y que muchas veces no hacemos por someternos a alguna idea preconcebida. Sea pues, pronunciémonos ¡por la irreverencia!

1 comentario:

Unknown dijo...

te has vuelto creyente
hehe
M

Diplomacia

Sólo les produce gracia, lo que causa indignación, y a encubrir la corrupción, lo nominan «diplomacia». Y consideran audacia, que lo justo y...