domingo, 29 de julio de 2007

El mar y tú

Es una extraña sensación. Un fantasma me persigue. Es una silueta que me sigue a donde quiera que vaya. Huele a ti, sabe a ti, y curiosamente lleva tu nombre. Pero así como llega, desaparece como el humo. Es una punzada en el corazón; un escalofrío que recorre mi piel cada que algún recuerdo pasa a mi lado o si visito algún lugar que visité contigo. Entonces me doy cuenta de la fuerza y la profundidad con que me faltas. Es un abismo el que se crea si la imagen de aquella habitación llega a mi mente o si alguna música conocida llega entre el aroma del mar y los mojitos. Ayer me sorprendí prometiéndole al mar que no volvería a verlo sin ti. Es tan frío el mar últimamente. Es el sol de diciembre el que me calienta en pleno julio. Todavía busco entre mis ropas y mi almohada la estela de tu perfume. ¿Dónde estás? ¿En qué estarás pensando? A veces, mirando las olas, espero que llegues por la espalda y me abraces. Pero a mi lado sólo está aquel fantasma. Y de pronto apareces, como en un sueño. Me miras, me besas y nos perdemos. Y estamos tú, yo y el mar. Un sólo líquido mezclándose y jugando con el vaivén de las olas. Tú, yo, y el mar... ya no existimos.

domingo, 15 de julio de 2007

Metablog # 3: Aquel caracol

No me mandes cadenas. Fue lo primero que le dije cuando recibí en mi cuenta de correo una cadena que ponía por remitente, su nombre. La había visto por el pasillo (porque sólo había uno) de nuestra preparatoria, pero nunca nos dirigimos nada más que algún saludo debido al intermediario entre nosotros que, en este caso, era mi hermana. Hoy, a siete años de aquel evento y, después de innumerables correos en los que nos hemos destrozado, remendado y alabado mutuamente, ella pone en su blog otra cadena, a la cual me niego, como en aquella ocasión (y esta vez por nostalgia), a responder. La dirección es: http://aquel-caracol.blogspot.com/ Y da la casualidad, que a pesar de ser el primero, no es el único caracol en mi vida. Eso me llevó a preguntarme ¿qué con los caracoles? Y es que me parece que en el caracol se conjugan los dos viajes que debemos realizar como seres humanos. El espiral que sigue el caracol guía, en una dirección, hacia el infinito, y en la otra, hacia lo más profundo de nuestro ser. Que tal vez, como lo han dicho los sabios, no sean más que la misma cosa. En ese sentido, Erika, (ya era tiempo de que dijera su nombre), me parece que ha desplegado en su blog la tarea que debemos seguir como seres humanos. Al menos la tarea utópica que debe guiarnos. Ha descubierto que la tarea que debe agotarnos como sociedad es la de ayudarnos para mejorar las condiciones en las que vivimos todos, no sólo los privilegiados. Y eso no lo lograremos hasta que descubramos en lo más profundo de nosotros, cómo hemos de ayudar al mundo. Erika lo ha descubierto. Me recuerda a esa vidente que podía ver donde los ciegos no veían. Ella camina, pese a la adversidad, rumbo a un destino que desconoce pero que ha visto miles de veces en un sueño. No hay nada más humano que eso. Leer su blog es desgarrador. Es reconocer la realidad en la que vivimos, muchas veces, sin poder hacer mucho. Pero eso no detiene a Erika. Y eso es, en el más amplio de los sentidos, admirable. Erika me ha hecho sentir, y me ha hecho recordar que tenemos que movernos para que las cosas pasen. Aquel caracol es una historia, la historia de la vida de Erika, la historia de los actos, de los hechos. La historia que se puede contar y que inspira. No se puede evitar que todos aquellos que vivimos en cierta medida la pobreza del egoísmo nos sintamos atraídos por la riqueza del contacto con la gente. No me he cansado de decírselo aún. Y, leerla es también un compromiso. Aquel de tratar de llevar a la acción nuestras ideas. No basta con querer un mundo mejor. ¿Se entiende? A veces cuando la leo, me parece estar leyendo la historia de una heroína verdadera. Sobretodo cuando la leo asustada en medio del campo, perseguida por sus temores y llena de incertidumbre, cuando se reconoce humana y limitada, y a pesar de todo lucha. No usa traje de malla ni calzones rojos sobre un mameluco azul. Pero lucha por dejar el mundo un poco mejor de como lo encontró. Eso hace a los héroes. Creo yo. Y lo mejor de todo es que me siento como esos niños que frente a otros niños se pavonean y dicen "Esa que ven ahí, esa que anda salvando al mundo, ¡es mi amiga!". Es como ser amigo de Superman. Por ahora se las comparto. Les comparto su historia, pero no crean que podrán venir cuando la encuentre en una cantina olvidada por el mundo o en un café de Bs As para contarnos nuestras vidas. No escucharán la historia del hombre de su vida, la de su perro, ni la de la mujer que se ha adueñado de mi vida (lo siento, tenía que presumirlo, jaja). Así que les dejo Aquel caracol. Espero lo disfruten.

lunes, 9 de julio de 2007

La noche que nevó en Bs As

Siempre que haya un uno en el numerador existe una oportunidad. Y es que a mí nunca me convenció el estudio de la probabilidad. Con ella se pueden interpretar muchas cosas, se pueden inferir algunas más y adivinar otras tantas. Pero nada es totalmente seguro. El uno del numerador da lugar a la excepción. Y aunque ella puede tardar toda una vida, en un momento llega y no queda más que afrontar su abrumadora presencia.

La Belu y yo decidimos abrir un bar. Cuando lo inauguremos llevará el nombre de Amores imposibles. La idea era tener un bar que estuviera siempre abierto. Así, cada que uno de nosotros tuviera una decepción amorosa sólo bastaría con una llamada y un: "caí de nuevo... nos vemos allá". Porque pasa que, como dice Lichis, la falta de amor llena los bares, y a nosotros nos hace falta ese bar. Porque creemos que muchas de nuestras historias han terminado mal. Porque ese uno en el numerador que es el amor baila sobre infinitas posibilidades de fracaso.

Pero esta noche nevó en Buenos Aires. Después de años y años de no hacerlo, ¡nevó en Buenos Aires! Contra todas las posibilidades, ¡nevó! Y no nos queda más que sonreír. Sonreír, mirarnos al espejo y decirnos que, aún para nosotros los que amamos los amores imposibles, existe una posibilidad. Y esa, un buen día termina por llegar. No podemos decir cuando ni como, pero sólo nos resta esperar. Puede que un buen día a la Belu y a mí, ese uno nos encuentre, a cada quien en su camino, y que ese bar de tristezas perpétuas, nunca llegue a inaugurarse. Esperemos...

Despedida