miércoles, 17 de agosto de 2011

La máquina-que-piensa-mientras-yo-vivo

Más me convenzo mientras más lo experimento, que la creación sigue un curso temporal distinto al de la vida diaria. Es como si requiriera su propia maduración a la manera de los buenos vinos; una maduración que no se puede forzar ni apresurar. Las ideas son como una semilla que debe germinar y crecer antes de que podamos cortar sus frutos. 

Ahora, lo que me interesa es, precisamente, el lugar en donde crecen. Porque pareciera que ese lugar, a pesar de lo paradójico que parezca, es tan mío como ajeno; es decir, que por mucho que tenga que ver conmigo, actúa de manera independiente y en un tiempo que desconoce por completo mi autoridad. Le he llamado la máquina-que-piensa-mientras-yo-vivo;  porque pareciera que en ese otro lugar las ideas germinan y crecen sin que yo tenga conciencia de ello hasta que un buen día aparecen, a veces redondas y terminadas, y a veces en la forma de un diamante que aún debe ser pulido. Creo que es la verdadera fábrica de la inspiración. 

Ella obedece a un tiempo extraño, irregular, que no sigue un ciclo o un patrón ordenado. Se entrama de maneras desconocidas con el discurrir de la vida y tiene que ver, tal vez, con la apropiación de la experiencia. No lo sé. Lo único que sé es que causa sorpresa cuando termina sus productos y uno termina sintiendo una sensación de ajenidad; porque no podría decir que, por ejemplo, mis versos los ha escrito alguien más, pero tampoco puedo afirmar, con total seguridad, que yo los he escrito. 

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