domingo, 2 de agosto de 2009

El subte C y la despedida

La línea C del subte (metro pa' los paisanos) realiza su recorrido entre Retiro y Constitución. Si uno planea salir de Buenos Aires por tierra y no posee un automóvil, la estación Retiro es la opción indicada. Tanto los trenes como los autobuses parten de dicho lugar. Pocas veces la utilizo porque sólo hay un destino que visito en ese recorrido: la estación San Juan. Lo particular de dicha línea, sobretodo un sábado por la mañana y gracias al menor flujo de usuarios, es que uno puede identificar a los viajeros que se dirigen a Retiro. No sólo las grandes maletas los delatan, uno puede darse cuenta por su mirada. Una extraña mezcla de sorpresa, asombro y terror se apodera de los usuarios que acaban de llegar a la ciudad o que —como suele ser común— no estuvieron aquí el tiempo necesario como para dejarse absorber. Pero, ¿absorber por qué? ¿Por qué ya no tengo esa mirada? Si algo es cierto es que la ciudad no me ha adoptado. Que yo esté o no, a ella no le importa. Tal vez se trate de otra cosa y el que realmente ha adoptado a la ciudad soy yo. Ella se ha instalado en mi interior dejando una marca que supongo es indeleble. Sin embargo, no puedo identificar en qué viaje dejó de parecerme extraña. ¿En qué café, en qué librería, en qué acera dejó de serme ajena?

A unos metros de la estación San Juan, cruzando la Avenida 9 de julio (la que yo creía —antes de visitar Wikipedia— la avenida más ancha del mundo) se encuentra el edificio donde viven varios de mis amigos. Este sábado por la mañana acudí al desayuno-despedida de una de mis amigas que vuelve a México. Lo extraño es que, después de pasar el día entero en compañía del grupo de amigos que se ha formado aquí, me di cuenta de que también he adoptado a esta nueva familia como lo hice con Buenos Aires. Tal vez, incluso, se trate de una y la misma cosa. Al final, después de múltiples e interminables despedidas, no conseguí sentirme desdichado. ¿Por qué? Bien puede ser porque yo mismo he de volver a México y la distancia que ahora me separa de ella se reducirá considerablemente. Pero no creo que se trate de eso. Mientras mis amigos le dirigían las más conmovedoras palabras me di cuenta de algo. La dificultad de transmitirle la falta que nos va a hacer era síntoma de que aquello que nos une no pasa por una razón lógica o siquiera formulable en palabras. Si se tratara, por ejemplo, de interés... eso podría decirse: "me harás falta porque me interesaba tu comida... o tus libros...". Pero ¿qué nos hará falta de ella? No lo sé. No sé si pueda enunciarse. Lo cierto es que la marca que nos deja y que hemos dejado en este grupo se me antoja, también, indeleble. También con ellos me cuesta ubicar en qué momento nos volvimos amigos. ¿Fue cuando llamaron para invitarnos a un asado? ¿Cuando tomamos el primer café en la facultad? Todavía tendrá que venir el tiempo a poner a prueba estas relaciones pero, al menos en lo que a mi respecta, creo firmemente que el día que volvamos a vernos, será siempre el día después de ayer.

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