martes, 27 de mayo de 2008

El triunfo de las palabras

La noche que conocí al Gabo

La memoria padece de hemofilia. Sus heridas no cicatrizan como cicatrizan las heridas de la piel. Una vez que uno abre un capítulo, una vez que algo queda inconcluso, eso no cierra, eso no termina. El tiempo avanza con su incontenible paso, pero eso resta. Así es como vivimos, con historias inconclusas, y estamos condenados a sanar por nuestros propios medios o a desangrarnos en la inmensidad del mar del tiempo.

Mi botiquín no tiene más que letras. Llevaba tiempo pensándolo. Era un reproche constante. ¿Qué debí haber hecho en esa situación? Mucho tiempo me arrepentí de no haberle pedido un autógrafo. Ahí estaba, a no más de cinco pasos. Gabriel García Márquez, con un saco a cuadros y su mirada de asombro. Se encontraba solo, como un niño perdido. El lobby de un hotel, él frente a mí y nadie más. Fue un largo instante de esos que se dilatan en la memoria. Dos segundos que parecieron horas. ¿Y después qué? La gente, el ruido, los cumplidos, las preguntas. Todos fueron hacia él y yo me quedé parado ahí, inmóvil, sin saber que hacer. Todavía pude verlo cuando, rescatado por una mujer, lo alejaban de una turba de curiosos visitantes.

Esos dos segundos son mi herida. ¿Cuánto pude hacer en ese momento? Pude pedirle un autógrafo. Pero ¿de qué hubiera servido? Un papel para presumir. ¿No son para eso los autógrafos? No hubiera sido suficiente para plasmar la fuerza que tuvo aquel momento para mí. Frente a mí la persona que escribió uno de los relatos más hermosos sobre el amor que he conocido. Alguien que entiende como funciona el corazón. Alguien que entiende la mente y no estudió psicoanálisis. Luego pensé en estrecharle la mano.

   —Señor, es un honor.

Pero ¿hubiera servido de algo? Tocar la mano que escribió "sólo Dios sabe cuánto te quise" ¿me habría servido de algo? ¿Me habría transmitido la magia? Porque yo puedo escribir un lindo poema que hable del amor, pero no es eso de lo que se trata el arte. Cuando yo escribo algo el lector entiende porqué me enamoré. Pero cuando uno lee a García Márquez uno entiende porqué los seres humanos nos enamoramos. Porque esa cosa nos vuelve locos. Entonces no debía estrechar su mano. Tal vez lo mejor que pude hacer es mirarlo a los ojos como lo hice. Mirar a ese personaje maravilloso, asombrarme por lo improbable de nuestro encuentro y guardar en la memoria ese momento para que un día como hoy pueda ensayar estas puntadas con mis letras. Para que mis palabras sanen esa herida del pasado y lo guarden del olvido.

lunes, 19 de mayo de 2008

Primera teoría sobre la premonición


A ver si nos entendemos. He descubierto el tiempo en el que será narrado mi próximo intento literario. ¿Cómo se llaman? ¿Cuentos largos o novelas cortas? Como sea. Espero que no se entienda mucho cuando finalmente la termine. Me he pasado los últimos años tratando de decir algo cuando en verdad, algo se ha dicho sin que yo lo quisiera. Esta vez voy a dejar hablar a ese algo sin que yo le ponga constantemente el pie, es decir, la tinta.

No sé si a todos les pase. A mí me asombran algunas cosas que para otros pasan desapercibidas. El otro día me levanto y me digo a mí mismo: "¡Qué raro! Debería haber sonado mi despertador, deben ser las 10:00 am". Acto seguido, miro mi despertador. 9:59:59 ... 10:00. Para el observador escéptico cabe la siguiente explicación: "todos llevamos un reloj interno" o "el sujeto se levanta siempre a esa hora". Pero el caso es que no me levanto siempre a esa hora y realmente me sorprendió. Era como estar recordando algo. Tuve la sensación de haber vivido un segundo antes de lo que debía. Pasa seguido. A veces cuando algún sorteo sale en la televisión pienso en un número y justo sale ese. Me digo a mí mismo "debería haber participado". Pero no se trata de eso. No ocurre hasta el momento en que va a ocurrir. No soy un vidente. ¿Se entiende?
Entonces me pregunté. ¿Qué si en lugar de un segundo fueran dos, o un minuto, o varias horas? ¿Qué hay en ese segundo? En el esquema lo llamé tiempo muerto, pero creo que es ahí donde vive la incertidumbre, el espacio imposible para la ciencia, para la explicación humana. Ahí viven las coincidencias, los errores, la magia, los sueños.
Pero expliquemos el esquema. De un lado puse la realidad. No es una realidad física, es una realidad temporal. El tiempo en el que ocurren las cosas sin que nosotros las percibamos. El "tiempo real" digamos. Luego están los sentidos, es decir, el momento en que sentimos las cosas. Es un tiempo filtrado por los sentidos. Un tiempo extraño y subjetivo. Habitualmente vivimos el presente. Es decir, que pensamos que lo que tocamos está siendo tocado en presente. Incluso pensamos que lo que estamos pensando está siendo pensado en presente. No habría motivo para separar los dos tiempos. Pero ahí entra la premonición. Al menos a mí me abre el tiempo en dos partes. Me cuestiona. ¿Será que lo que vivimos ya ha sido vivido? ¿Qué lo único que hacemos es recordar? ¿Será que vivimos segundos - tiempo - atrás? O que, como pasa con las estrellas, ¿somos testigos de algo que ya ardió, de algo que ya es pasado? Eso abre espacio también para nuevas ideas sobre el destino. Pero volviendo al esquema. La premonición sería, entonces, una conexión directa entre los dos tiempos. ¿Será directa? Tal vez un error en el presente. Tal vez es sólo la señal de que el presente tiene poco de presente. Tal vez nuestra historia estelar se nos impone. No somos más que polvo de estrellas. Tal vez también nosotros estamos condenados a vivir su tiempo.
Es sólo una idea.

jueves, 1 de mayo de 2008

El hilo


   —¡Corta el hilo! ¡Haz lo que te digo! ¡Si decidiste venir aquí tienes que cortar el hilo!

Tenía una vida normal. No era nada espectacular. Me había casado con una chica llamada Ximena a los dieciocho años debido a que ella se encontraba embarazada. Una noche de alcohol olvidamos cuidarnos y el resultado fue una boda pequeña en las afueras de la ciudad. No nos molestó demasiado. Nos queríamos mutuamente y pensábamos, en algún momento, formalizar nuestra relación. Lo que no esperábamos fue lo que pasó a continuación. Dos semanas después de nuestro matrimonio ella tuvo un aborto. Sin explicación alguna, ella se sintió mal, acudimos al hospital y, de pronto, la vida de ella estaba pendiendo de un hilo. Tuve que elegir. Creo que ella nunca supo perdonarme que la eligiera a ella. 

Mi vida profesional tampoco era un circo de tres pistas. Cuando Ximena se embarazó tuve que dejar la universidad. Encontré trabajo en un teatro de la ciudad. No era actor, ni director, ni nada importante. Era uno de los que se encargan de que el espectáculo siga andando. A veces dirigía los reflectores, a veces movía el telón, y así, era esa cara que nunca se ve en el teatro. Ese por el que nadie se pregunta nunca. Sin embargo recibía buen dinero, y servía para que Ximena y yo viviéramos, al menos, austeramente. Ella no trabajaba. Después del aborto tuvo problemas para socializar y se mantenía en el hogar. Sin embargo, eso no le impidió serme infiel con uno de sus amigos. Cuando me lo confesó me pidió perdón, pero nunca me pareció que estuviera arrepentida. Era como si algo le diera derecho a haberlo hecho. Tal vez todavía pesaba sobre ella mi decisión de elegirla a ella.

Una noche tuve un sueño bastante extraño. Fue la noche en que Ximena me confesó todo. Me sentía rábico e iracundo pero lo único que pude hacer fue dormirme. Me encontré en un lugar oscuro lleno de bruma. Había una voz que me llamaba. Una voz que conocía o que creía conocer. Me estaba guiando, me dirigía hacia un lugar dentro de aquel mar de oscuridad. Algo en mí me hacía dudar, algo me decía que diera vuelta y saliera huyendo pero no lo hice. Tenía miedo, cada paso se hacía más inseguro. Pero entonces pude ver su rostro. Me era familiar pero no sabía donde lo había visto. Sostenía un hilo entre sus dedos y me miraba con una mirada malévola.

   —¡Corta el hilo! ¡Haz lo que te digo! ¡Si decidiste venir aquí tienes que cortar el hilo!

Yo tenía una tijera entre mis manos. Y me acerqué hacia él. Pero justo en el momento en que corté el hilo me desperté.

No había sido un sueño cualquiera. Amanecí lleno de sudor y angustiado. Recordé lo que pasó la noche anterior y comencé a asociar. A una situación tan ilógica me pareció corresponderle un sueño igual de irreal e ilógico. Aquella tarde, cinco horas antes de la función, me fui a trabajar pero noté que algo había cambiado. Cuando salí de casa tuve, por unos segundos, la impresión de que la ciudad se había inundado. Pero justo me di cuenta de que había llovido a cántaros y que, lo que en un principio me pareció un mar, era sólo agua que se desplazaba hacia las alcantarillas. No podía concentrarme en el trabajo. Tuve que pedir que me ayudaran y retirarme temprano. Cuando volví a mi casa me sorprendió encontrarlo todo en un profundo silencio. 

   —¡Ayuda! ¡Alguien que me ayude!

La voz provenía de una de las habitaciones. Era una voz masculina que pronto identifiqué como la de uno de mis vecinos. Cuando llegué al lugar no pude creer lo que ocurría. Ximena había intentado suicidarse. Se había tomado una caja de pastillas para dormir y pretendía no despertar. Pero gracias a mi vecino, que había acudido a cobrar la renta, habíamos frustrado su intento.

Ximena estuvo cinco días en el hospital. Yo solía visitarla todos los días antes de ir a trabajar. Me quedaba de camino al teatro. Su estado mejoraba paulatinamente y no había razones para pensar que algo podría salir mal. Y sin embargo, pasó. Fue una tarde que llegué mientras la revisaba un nuevo doctor. Lo vi de espaldas atendiéndola justo cuando los signos vitales de Ximena se detuvieron. Volteó asustado y me pidió que llamara a las enfermeras. Pero no pude hacerlo. A través del vidrio pude ver su cara. Era la misma que en mi sueño. Ya no tenía la mirada malévola, pero era la misma cara, no me cabía duda. Él estaba desesperado, asustado. Tuvo que salir él mismo a buscar ayuda. Yo, petrificado frente a la ventana que me permitía ver el cuerpo de mi esposa, sólo podía sentir como, de golpe, todo el personal médico se introdujo en la habitación. 

Pasé una larga temporada lejos. Me fui a vagar por el mundo a tratar de darle sentido a lo que me había pasado y, sin embargo, aún al volver, no había logrado dárselo. Me sorprendió encontrarme con que, mi trabajo en el teatro aún seguía esperando por mí. Eso quería decir que había muy pocos interesados en él o que, en aquel teatro, se apreciaba mi trabajo. Nunca lo supe. Pero volví a mi rutina y poco a poco, en el lugar que sentía como mi hogar, fue encontrando paz. Mi cabeza se tranquilizó y logré olvidar los efectos desastrosos que había tenido la muerte de Ximena sobre mí. Pero de vez en cuando, tal vez al hacer el alto frente a un semáforo o al secar mis pies después de bañarme, sentía que algo me perseguía. Como si alguien, a quien era imposible huir, estuviera detrás de mí, a una distancia que me impedía verlo, pero que, sin embargo, nunca desaparecía.

Todo cobró sentido la noche en que presentamos una obra de cierto escritor local. La función había estado magnífica y el público había llenado la sala. Habíamos tomado posición para el último acto en el que uno de los personajes se elevaba hasta lo más alto del escenario. Habíamos colocado el arnés a nuestro actor y yo tomé la responsabilidad de elevarlo. Con la cuerda entre mis manos halé una y otra vez para que se elevara en un último acto triunfal sobre la escena. Pero algo salió mal. El arnés se desajustó y nuestro actor, ante la sorprendida mirada de la audiencia, calló por no menos de seis metros. Se estrelló contra el piso y quedó mal herido. Sin embargo, no parecía grave. Los médicos del personal se acercaron a revisarlo. Todo parecía bajo control. Yo mantenía la cuerda entre mis manos porque, cuando todo pasó, me había quedado petrificado. Decidí soltar la cuerda. El arnés jaló el trayecto de cuerda restante y la cuerda se deslizó entre mis manos. Justo en ese momento me di cuenta de todo. Sabía que era tarde para reaccionar, la cuerda se escapaba de mis manos. Pero cuando el cabo de la cuerda paso frente a mí lo tuve todo claro. Aún pude seguirlo en su trayectoria, como si con ese rumbo atravesara mi carne y mi pasado. Cuando la cuerda se detuvo el actor había muerto. Fue ahí cuando me di cuenta de que yo había matado a mi esposa.

FIN

Despedida