viernes, 23 de febrero de 2007

El olvido

El olvido reclama
implacable
todo aquello que le pertenece
se alimenta de los días
como un ladrón
que ha perdido su riqueza
corroe como el ácido
todas las cosas que dejaste
escritas sobre mí
y aunque me esfuerzo
el olvido no cesa
no recula
pierde una batalla tras otra
pero esta guerra no la ganaré yo
el olvido ha robado
la semilla de besos
que plantaste en mi boca
y ha ido desgranando
letra a letra
las palabras que dijiste
en voz baja
cerca de mi oído
cuando ya no quede nada
seré sólo oscuridad
pero aún así
te buscaré
entre los pasillos
de una casa que ya no nos guarda
deseando encontrarte
a la vuelta de cada esquina
esperando que el olvido
dueño de todo
no logre alcanzar tu nombre

- Dany Marlowe -

martes, 6 de febrero de 2007

La historia del vendedor de palabras

Anoche tuve un sueño de lo más extraño. Antes de dormir leí unas páginas de Mario Vargas Llosa en su prólogo para el Quijote. Volvía de ver una agradable película que me recordó mi adolescencia. La imagen: Puerto Vallarta, el sol de verano, la lluvia tibia de la costa y un libro mojándose en mi camastro. Era El perfume. Hasta ahora no me había dado cuenta de la influencia que ha tenido en mi vida. Hay cosas así. Después de vivirlas no se vuelve a ver el mundo de la misma manera. Para mí, El perfume fue el inicio de un sin fin de reflexiones acerca del olfato, y hasta la fecha sigo creyendo que es el aroma, y no la voz ni las miradas, lo primero que conocemos de las personas. Es así como nos enamoramos. Trasciende nuestra conciencia. Hablamos el lenguaje de los aromas mucho antes de conocer las palabras. Pero creemos tanto en las palabras. Como sea, después de ver la película salimos, mi amigo Roberto y yo a un centro comercial en construcción. "Vamos a poner un negocio" le dije. Su respuesta inmediata, y en tono de broma fue que vendiéramos discos. Sin embargo, después de un segundo de silencio añadió "no, luego viene Mixup y nos tira el negocio". Luego hablamos sobre las grandes empresas y como destruyen a las empresas locales. Nuestro orgulloso cine de pueblo con dos salas fue sustituido hace unos días por un MMCinemas de 8 o más salas. Lo peor, es que yo fui cómplice del asesinato. Compré mi boleto y sin remordimientos me senté en la sala nueva a ver El perfume: Historia de un asesino.
De regreso a casa iba pensando en que cualquier negocio podía ser derrumbado por una gran empresa. Abarrotes - Walmart, Renta de películas - Blockbuster, Música - Mixup, Pizzería - Domino's, Café - Italian Coffee, etc. En eso, después de leer, como ya dije, el prólogo del Quijote, me quedé dormido. Desperté detrás de un mostrador, con un gorro de cocinero y un traje gris lleno de harina. Ante el desconcierto salí al exterior y miré el letrero que colgaba de la entrada. Emporio de la palabra, se leía en letras grande. No había nadie en los alrededores. La nueva plaza seguía desierta como la noche anterior. Examiné mis estanterías y me encontré con diversos frascos llenos de tinta. Luego encontré cofres de muchos tamaños en el aparador. En el interior de cada uno, iba escrita una palabra. Papel, árbol, carro, cucaracha. Al leerlas, una extraña sensación se apoderó de mí. Era como leer por primera vez aquella palabra. Papel... P - A - P - E - L. Nunca me había puesto a pensar en la estructura de esa palabra, en la belleza de sus p's, de sus vocales. La L final era como la firma de un artista en la esquina inferior de su obra. Dejé cada cofre en su lugar. Y me senté a esperar a los clientes. No tardó en aparecer uno. Era un señor alto delgado con bigote de Pancho Villa. Se sacudía los hombros de la gabardina que llevaba encima. "¿Qué vendes aquí? ¿qué es este lugar" me dijo bastante sorprendido y confundido por la apariencia y el contenido del lugar. Por lo visto, yo no era el único que no acababa de entender lo que ahí, en esa tienda sucedía. Sin embargo, una voz que no provenía de mi conciencia, el discurso de otra persona que habitaba en mí, comenzó a hablar. "¿Cuántas veces ha dicho en su vida la palabra Papel?" El señor, bastante confundido por mi pregunta, intentó hacer cálculos. "Un millón, mil, diez mil... no lo sé, muchas". Me aproximé a él y le dije: "Y cada vez que la dice ¿no siente como se degrada y va perdiendo su belleza?" El señor no supo que responder y yo proseguí con mi discurso. "Las palabras son como los besos. En el principio de la vida, de cada relación, un beso vale, digamos, un millón de pesos, y conforme los vamos gastando van perdiendo su valor hasta que el último beso ya no nos sabe a nada, y no vale más que unos centavos. ¿No le ha pasado que el beso de la mujer que no ha besado le resulta el bien más preciado a la vez que los besos de la mujer que ha besado durante toda su vida le parecen ya pasajeros? Póngase a pensar. Si existiera un sólo beso en todo el mundo, si en toda su vida sólo fuera posible besar una boca por tan sólo unos segundos. Ese beso, ese único beso, ¿no valdría todas las riquezas del mundo? ¿Ese puro y virginal beso, no sería motivo suficiente para venir al mundo y recorrer un camino lleno de desventuras para el final encontrarlo?" El señor, como conmovido por mi relato acordó en que sí, que ese beso lo valdría todo. Incluso pude notar un temblor en sus párpados, como si estuviera a punto de echarse a llorar. "Aquí - le dije - no podemos devolverle a sus labios ese beso, pero le devolvemos a las palabras su belleza original. Así cuando compre la palabra Papel, volverá a tener esa sensación de asombro que de niño tuvo cuando escuchó por primera vez estas dos sílabas y tocó entre sus dedos esa fina lámina de origen vegetal. Las palabras aquí recobran su potencia y su valor. Para ello las cuidamos en cofres oscuros donde las añejamos, y las dejamos descansar, lejos de las lenguas que las desgastan". El señor se acercó al escaparate y leyó las pequeñas letras que decoraban, por un lado, los cofres. "Me llevo ese", me dijo. Le di la vuelta al aparador y tomé el cofre con cuidado. "Es un regalo de la casa", le dije, y el señor salió de la tienda con una sonrisa. La parte de mí que parecía tener alguna conciencia de las cosas se enojó. ¡Un regalo de la casa! ¡En los tiempos que vivimos, iniciando un nuevo negocio y regalando las cosas! Me senté en la silla más cercana y me quedé dormido. Volví a despertar en mi cama. "Beso", fue lo primero que dije. Lo que el señor se llevó fue un cofre que en su interior llevaba la palabra Beso.

Diplomacia

Sólo les produce gracia, lo que causa indignación, y a encubrir la corrupción, lo nominan «diplomacia». Y consideran audacia, que lo justo y...